Foto: Termómetro en el valle de la muerte (California). Fuente Rtve
Desde hace días, las costas gallegas y todo el Atlántico oriental podríamos decir que se asemeja a una olla llena de agua con sal a punto de hervir: perfecta para cocer unos espaguetis, pero inapropiada para la vida marina. Estos incrementos tan acusados y repentinos de temperaturas se conocen con el nombre de olas de calor marinas y reflejan unas temperaturas del agua de mar inapropiadas para la época del año en la que nos encontramos.
En la costa Atlántica de Galicia, las corrientes marinas están asociadas al régimen de vientos, cuya dirección, intensidad y persistencia determina la circulación dominante. Como patrón general, los vientos del norte propician el movimiento del agua superficial próxima a la costa hacia el océano durante la primavera y el verano, siendo ésta reemplazada por aguas profundas y ricas en nutrientes. La adición de nutrientes durante la época de mayor insolación del año en las capas más superficiales desencadena la proliferación masiva de microalgas, que a pesar de ser invisibles al ojo humano, convierten a esta región Atlántica en uno de los ecosistemas marinos más productivos del mundo.
Mapa global que refleja la anomalía de temperatura (ºC) de los meses de junio y julio de 2023 respecto al valor medio.
Durante las últimas décadas, se ha observado un cambio en el régimen de vientos en la costa Atlántica de Galicia. Las series temporales apuntan a que la persistencia e intensidad de los necesarios vientos del norte tiene una tendencia decreciente, que sin duda provocará un cambio de circulación en nuestras costas. Si los vientos dejan de soplar -como está ocurriendo este año-, la llegada de aguas frías procedentes del océano profundo se detiene, las aguas gradualmente se van calentando y el alimento se agota. Este hecho para el común de los mortales puede suponer disfrutar de un baño en aguas de 20ºC. Sin embargo, las consecuencias para el ecosistema marino podrían llegar a ser desastrosas.
Pongamos como ejemplo un sector tan estratégico como el mejillón. Su producción en las rías gallegas está en torno a 250 0000 toneladas al año y supone un movimiento de capital de unos 100 millones de euros. Una actividad económica de este calado depende en su totalidad de que los vientos del norte soplen en nuestras costas. El mejillón es un organismo filtrador, pudiendo llegar a filtrar 8 litros de agua de mar cada hora para captar las partículas orgánicas que están en el agua. El alimento de mayor calidad para estos pequeños budas del mar son las microalgas y por tanto su ausencia favorece que el contenido en carne de los mejillones disminuya enormemente, siendo su rentabilidad mínima. Además, la ausencia de vientos con el consiguiente calentamiento de las aguas favorece la proliferación de microalgas tóxicas, las famosas mareas rojas. Los datos científicos muestran que estos eventos aumentan en número y duración por estar estar especies de microalgas perfectamente adaptadas a aguas más cálidas. Este hecho, sin duda, supondrá un aumento en el número de días que la explotación de mejillón tendrá que suspenderse.
Barco mejillonero en la Ría de Vigo.
Por todo ello, es vital para nuestro futuro saber que las olas de calor en tierra y en el mar son fruto de nuestra forma de vida. A pesar de que la información no llega al público general, la inyección de gases en la atmósfera procedentes de la quema de combustibles fósiles está creando una cubierta de contaminación que no deja escapar el calor hacia el espacio, calentando la atmósfera y por supuesto también los océanos. Es como si en pleno verano alguien nos dijera que con mantas dormiremos mejor y nosotros a pesar de sudar y no poder dormir, nos empeñamos en seguir dándole la razón. A mi entender esta postura no es muy inteligente, sobre todo pensando que estamos hipotecando a las futuras generaciones a vivir en un mundo que no se merecen.
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